La historia del papá de "Pato"
Perdió a su hijo, creó una ONG y se recibió en la UNSAM: “La Universidad y mis compañeras me salvaron la vida”
Es temprano en la UNSAM. La clase de filosofía transcurre con normalidad. La profesora habla de Platón con entusiasmo mientras lxs estudiantes toman apuntes. Adalberto Cardozo ve, por la ventana del aula, a un joven que pasa caminando. Se levanta de su pupitre y sale corriendo. Después queda petrificado, como una estatua, mirándolo mientras se aleja. Creyó que se trataba de su hijo Matías, muerto hace nueve meses al ser atropellado por un tipo que corría una picada.
—Cuando se muere tu hijo te morís vos también. Yo vine a la UNSAM porque me empezó a pintar el suicidio y la Universidad me salvó la vida.
Doce años después de ese día que le cambió para siempre la vida, Adalberto se recibió de Psicopedagogo en la Escuela de Humanidades de la UNSAM y ahora va por la licenciatura mientras trabaja como barrendero e integra el Programa Psicopedagógico para Adolescentes donde se desempeña como investigador y terapista.
Adalberto creció en el barrio Villa Centenario, Lomas de Zamora. Una adolescencia marginal en los convulsionados años ’70 lo llevaron a tener problemas de adicciones, pero pudo “rescatarse a tiempo” gracias a los seguidores de la Teología de la Liberación. “Yo estaba enfermo de paranoia y un día me zarpé y no quedé bien. Un día me metí en la capilla del barrio cuando no había nadie para estar solo. En eso se acercó un sacerdote joven, me agarró del hombro y me invitó a participar de su movida. Me rescataron esos sacerdotes tercermundistas y empecé a militar con ellos”, cuenta Adalberto.
El trabajo en el barrio con los curas lo llevó a involucrarse a fondo con su territorio y se dio cuenta que su vocación estaba allí, “en la calle con los pibes”. En esos años conoció a muchos compañerxs de militancia, entre ellxs a su esposa Noemí, y poco a poco se fue volviendo referente barrial. “A nosotros, los pibes, jamás se nos ocurrió tener un proyecto universitario. Para nosotros eso no existía, teníamos una representación mental de que la universidad no era para nosotros, que no nos daba la cabeza, nos habían convencido de eso”, recuerda Adalberto.
Como a muchos argentinos de su edad, Adalberto tuvo que hacer el servicio militar obligatorio en plena dictadura cívico-militar. “Nos hacían la cabeza de que todo civil era enemigo, que teníamos que desconfiar de todos”, recuerda. Cuando volvió al barrio reactivó su actividad militante y por recomendación de una compañera comenzó a seguir una terapia psicológica con un profesional que lo convenció de la importancia de estudiar. “La terapia me ayudó mucho y a los 38 años terminé la escuela secundaria en una nocturna. Después me anoté en la Universidad de Buenos Aires para Psicología, pero para mí todo era chino básico… Aprobé una o dos materias del Ciclo Básico Común (CBC) y después dejé”.
A los 40 años, Adalberto recibió una propuesta de trabajo en una empresa de recolección de residuos del municipio de San Martín y aceptó sin dudarlo. Junto a su esposa y sus hijxs Matías, David y Ayelén se mudó a la zona de Villa Lynch, cerca del Hospital Municipal Diego Thompson. “Yo quería sacar a mis hijos del barrio porque estaba todo muy peligroso y al final perdí un hijo acá, viste como es la vida”.
El 16 de junio de 2008, como todos los días, Adalberto había llegado a su casa de trabajar alrededor de las diez de la noche. Cuando entró en su habitación, su hijo Matías estaba durmiendo en su cama.
—¿Qué hacés, pá? ¿Recién llegás?
—Hola Pato. Sí sí, son las diez de la noche.
—Uff.. Bueno, voy hasta el kiosco a comprar una tarjeta para cargar el celu y en un rato vuelvo.
A las 22:45, un auto que corría una picada embistió a Matías “Pato” Cardozo sobre la avenida Presidente Perón. Matías iba a comprar una tarjeta telefónica a un kiosco. El joven de 22 años murió en el acto. Ni el conductor ni su rival al volante frenaron para asistirlo y se dieron a la fuga.
Pato era futbolista, practicaba kick boxing, estudiaba la carrera de Educación Física y trabajaba en la recolección de residuos junto con su padre. Ante tanta actividad física se había acostumbrado a acostarse temprano. Había salido para el kiosco, pasaron unas horas y su ausencia comenzó a preocupar a sus padres. Algo no andaba bien.
—Yo escuché una sirena y un auto de la policía que pasó por la esquina de casa. Ahí salí con la bici y le dije a mi señora “voy a ver dónde está Pato”. Pedaleé unas cuadras y vi a los vecinos que me contaron que había habido un accidente y habían matado a un muchacho. El operativo ya había terminado, pero había un poli y le pedí que me lleve a la comisaría por las dudas, porque mi hijo no había vuelto a casa. Cuando subí mi bicicleta a la caja de la camioneta del policía vi las zapatillas de Pato. Ese encontronazo fue… son recuerdos de guerra para mí.
Los días comenzaron a volverse interminables. El dolor era insoportable. “Cuando murió mi viejo en mis brazos pensé que nunca iba a sentir una tristeza tan grande, pero te puedo asegurar que es un cumpleaños de 15 al lado de la muerte de tu hijo”, cuenta Adalberto. De a poco, ese dolor comenzó a transformarse en lucha y gracias al apoyo de los amigos y amigas de su hijo, el reclamo de “Justicia por Pato” comenzó a escucharse en cada rincón de San Martín y la cara del joven comenzó a circular en todos los noticieros.
—Cuando murió Pato me dije “tengo que hacer algo porque me voy a volver loco”. Entonces me anoté en la UNSAM y fue lo mejor que pude haber hecho, porque la universidad fue como un andamiaje. Me sentí abrazado en mi tristeza. Conmigo la universidad pública cumplió la función social de que yo no me suicide.
Adalberto se anotó en la carrera de Psicopedagogía de la Escuela de Humanidades de la UNSAM a los 50 años, ocho meses después de la muerte de su hijo. Al principio le costó mucho concentrarse, porque “de una clase de tres horas estaba dos horas y media pensando en Pato”. Frecuentemente creía ver a su hijo caminando por el Campus Miguelete y le costaba mucho “entrar en confianza” con sus compañeras.
Sin darse cuenta, sus propias compañeras y profesores le brindaron la contención que necesitaba. “Lo de Matías fue muy mediático y algunos me vieron en la tele y cuando estaba acá se me acercaron. Carla Fernández sabía del hecho y me ayudó mucho. El otro día me entregó el título ella y a su vez fue una de las primeras ayudantes de cátedra de filosofía cuando empecé a estudiar”, cuenta.
“Cuando nos preguntamos por el sentido de las universidades del Conurbano, yo siempre pienso en él”, dice Carla Fernández, trabajadora no docente de la Secretaría Académica de la UNSAM y ex profesora de filosofía. “Conocí a Adalberto cuando él empezó a cursar, en la materia Introducción a la Filosofía donde yo era ayudante de cátedra. Yo sabía quien era él y me interpeló muchísimo porque yo tenía la misma edad de Matías, era del mismo barrio y tenía amigos en común. Tenerlo a él estudiando a pesar de su dolor fue súper movilizante. Las vueltas de la vida hicieron que para sorpresa de los dos nos encontremos en el momento en que Adalberto va a retirar su diploma. Fue muy emocionante y lloramos los dos. Eso para mi fue un regalo hermoso”.
Adalberto se emociona cuando habla de la universidad y de sus antiguas compañeras. “La UNSAM me sostuvo. Lo mejor de lo mejor es la compañía y la alegría de los jóvenes. A mí los jóvenes me prestaron la oreja. Yo no me acercaba en los recreos y ellos venían y me invitaban a tomar mate con ellos. Me trataban como un par y eso a mí me hizo bien. La gran mayoría eran mujeres y ellas no se daban cuenta, pero me ayudaron mucho de verdad”.
Con los años fueron pasando materias, parciales y finales, al tiempo que Adalberto se iba “recuperando” de la muerte de Pato. En marzo de 2022 Adalberto recibió el título de Pedagogo en la UNSAM.
—Cuando recibí el título se me pasó por la cabeza toda la vida en la Universidad. Yo lloraba mucho cuando rendía bien los primeros parciales y finales. Primero porque pensaba “lo tengo que festejar con Matías y no está”, y segundo porque me daba cuenta que tenía la capacidad que siempre creí que no tenía, cómo los chicos de los barrios.
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